LIMBO

El universo definido por el espacio dentro de la semiesfera formada por un línea horizontal de corte transversal a la altura de los ojos de una persona y el arco que forma la cabeza respecto de la misma, junto al rectángulo que se forma si trazamos una raya vertical sobre su perfil en el punto más elevado, con su altura dada por el radio de la semiesfera, donde la base del mismo es la trayectoria desde esa línea hasta la paralela que dibujan las hojas del libro. Este es el lugar donde lo tangible (nuestra mente) y lo intangible (un relato) conviven en un espacio sin reglas, donde solo el lector puede dictaminar lo que es real de lo que no y lo que está vivo de lo que está muerto. Allí es donde se hacen realidad las historias, cobran vida las palabras y donde se libran las verdaderas batallas literarias.Que comience el viaje hacia el limbo...

viernes, 28 de febrero de 2014

LA PLAYA QUE ME INSPIRA

¿Qué tiene la playa
que genera ese amor con la inspiración,
que se pierde en el matrimonio con la ciudad?
¿La belleza de las olas?
¿La suavidad de la arena?
Son las cosas que florecen ese amorío de verano
con la libido poética,
que nos sacan de una abstinencia sexual,
mas prohibida que santa.
Su belleza es tan rara e impactante,
como la de un ornitorrinco.
A medida que guardo mis cosas en la cartera
mis lápices pierden sus colores,
las hojas se vuelven amarillas,
envejezco en monotonía
y lentamente vuelvo a casa
sin poder borrar mi sonrisa.

jueves, 27 de febrero de 2014

SER...HUMANO

Me pregunto que es ser humano,
si para ser hay que saber
y para humano me falta tanto.
Si saber es ser,
cuando el conocimiento fluctúa como el tiempo,
saber,
es saber que todo cambia.
Si ser es entender
¿Qué hago con mis valores?
Porque entender es saber
y saber no entender.
Tener todas las explicaciones
es solo una percepción del juicio
y el juicio no entiende,
valora.
Entonces me pregunto que es ser humano,
si para ser hay que saber
y para humano me falta tanto.
Cual es la carga que pasamos,
a cada una de las generaciones
si solo pesa la conciencia,
los demás son sensaciones.
El dogma es como un pluma
atada al mástil de un barco
que navega en un océano de ignorancia
un navío sin destino.
Las emociones poco valuadas
no caben en el equipaje de mano
si no son creencias,
son solo un grito en vano.
Entonces me pregunto que es ser humano,
si para ser hay que saber
y para humano me falta tanto.

ESPEJOS

Batallo contra el espejo,
no me reconozco.
Esa figura que se esboza en mi realidad proyectada no soy yo.
¿Había pasado tanto tiempo desde mi última confesión?
¿Había pasado tanto tiempo desde mi última catarsis?
¿Cuándo fue la última vez que vi mi reflejo?
¿Cuándo fue la última vez que me vi reflejado?
Nunca,
podría ser que nunca.
Vuelvo la cabeza sobre mi hombro,
pero no soy yo.
Aun así sabía la ironía que me jugaba la vida,
de manera tan fría, tan calculada, tan previsible.
Aprendí a no hacerle caso a mi destello.
No se suponía que fuera tan difícil ser el reflejado, más que el reflector.
Voy a preferir siempre hacer lo que hace todo el mundo,
ser el juez de las proyecciones e inocente de mi propio reflejo.

miércoles, 26 de febrero de 2014

EXISTO, NO EXISTO

Pienso, luego existo.
Existo, luego desisto,
hasta que al final dejo de existir.
No encuentro forma alguna de encajar
y cuando existir es un verbo que se conjuga de manera colectiva,
me encuentro desamparado.
Cuando este no es mi lugar y aquel tampoco,
no soy dueño de nada.
Me toca dormir en las calles de la desolación
bajo la luna de la soledad
y cuando camino mis pies hacen eco
dejando la huella de la indiferencia.
Mis huesos rechinan, como engranajes de una máquina vieja,
parezco un barco hundido, transpirando oxido,
lejos de su puerto, lejos de su gente.
Convivo con los fantasmas de la tripulación de mi inconsciente,
que preguntan constantemente cuando llegaremos a puerto,
sofocados por la intensa niebla que afecta mi juicio.

martes, 25 de febrero de 2014

EL COLECTIVO INCONSCIENTE

Se despertó, dormido y con resaca de rutina y esa inercia apática que le ejercía la fuerza necesaria como para levantarse y compensar el contrapeso del resto del cuerpo que le pedía que se quede tieso en la cama. Enrique, otro oficinista costumbrista y con esa adicción a la utopía de la eficiencia de los tiempos que lo llevaba a llegar tarde todos los días, nuevamente se despertaba con la cantidad de minutos justa como para cagar, bañarse, cambiarse y tomarse el transporte, que con suerte y sin ningún tipo de retraso de por medio, lo haría llegar sobre esa franja horaria de quince minutos que él creía era aceptable para ingresar al trabajo; nada de desayuno o cualquier otra chuchería que le costarían preciados minutos que él no tenía para desperdiciar.
El círculo vicioso que se le presentaba de manera descarada seguía la corriente del Taylorismo como una filosofía de vida infectocontagiosa exigiendo una rutina, casi de cadena de producción, donde él debía realizar la mejor secuencia de actividades en el menor tiempo posible y con la mayor eficacia y eficiencia. Para las empresas, esta estrategia es fundamental para reducir sus costos y maximizar sus ganancias. Para un ser humano, reducir los costos de su labor, a través de la supresión de ciertas actividades cotidianas o minimización de tareas extra laborales es paradójico si tenemos en cuenta que, según este concepto, la inversa del trabajo es la vida; uno termina trabajando para vivir y no viviendo para trabajar menos, disfrutando del no padecimiento de los momentos complementarios al trabajo y disfrutando del objetivo inverso al planteado, que es vivir feliz. Claro está, el trabajo es casi obligatorio, vivir no tanto; y siempre lo imperativo triunfa sobre lo opcional.
El producto de su aceitado esquema productivo, que se asemejaba más a una máquina de vapor sustraída de una fábrica en pleno auge de la revolución industrial, daba como resultado una persona acelerada, nerviosa y con un nivel de planificación similar al de una cocainómana, a la vez que se veía a sí mismo como tranquilo, organizado y despreocupado, en tanto que se mofaba de la notoria impaciencia de los demás.
El cronograma logístico y minucioso mostró sus primeras falencias cuando no pudo ubicar la tarjeta SUBE, que estaba en el saco que había llevado ayer a la empresa. Las llaves estaban abajo de una pila de papeles y boludeces que había depositado en la mesa del comedor con la noble promesa de organizar "para cuando tenga tiempo". 
Salió del departamento y al bajar los dos primeros escalones no recordaba siquiera haber cerrado la puerta. La fuerza del auto convencimiento terminó por triunfar en ese bucle de razonamiento que involucra la duda, el cuestionamiento, la culpa, el intento de volver y el convencimiento a través de la minimización de las consecuencias o daños colaterales posibles: "¿Y si no cerré la llave qué puede llegar a pasar?¿Qué me roben? Vivo en un sexto piso, hay veinte departamentos antes del mío". Para cuando terminó de debatirse a sí mismo, estaba a media cuadra del edificio. Más que nunca, estaba en piloto automático.
Caminó la primer cuadra mirando sin mirar, concentrado, como todos los demás peatones, en llegar temprano. Este proceso consiste en caminar como zombie, despojado de todo tipo de sensibilidad hacia los estímulos exteriores, solo pensando en que el colectivo llegue diez segundos después de que alcancen la parada. Como parte de este desarrollo, los sentidos se achican a la mínima expresión de manera de poder enfocar toda esa energía inutilizada en pensar que pueden llegar más temprano mediante alguna forma de telepatía racionalizada.
Una de las consecuencias es lo imposibilidad de interaccionar con los demás objetos que forman parte del ecosistema, ya sea, no poder evitar pisar un sorete de perro o la baldosa floja que expulsa por sus grietas lo que podría ser un brazo del Río Paraná, chocar gente debido a que ninguna persona se corre lo necesario como para evitar la colisión o quedarse en blanco cuando te preguntan el nombre de una calle o que hora es. En resumen, un cardumen de peces que nadan en asfalto sin la capacidad de responder a los pequeños desafíos previos a la llegada al trabajo.
Una gran ventaja de este estado mental es que el ser humano muestra una menor aversión al riesgo. Si hay alguien intrépido en este planeta, es la persona que sale de su departamento hacia su trabajo. Una persona apurada por llegar a la oficina, tiene más huevo que cualquier corredor de bolsa que mueve millones y millones en cuestión de horas conviviendo con el fierro del despido en la sien. De hecho, esa misma persona toma mayores riesgo desde que sale del trabajo hasta que ingresa, que durante todo el resto del día. Los saltos cuasi ornamentales y pequeños sprint que produce la gente cuando llega a la bocacalle podrían clasificarlos a las olimpíadas. La osadía e insensatez al abalanzarse sobre el transporte público representa el intento más claro del valor de la vida contrastado con el oficio de llegar al trabajo. Un tipo que no tiene miedo de dejar la vida por su cometido, no tiene nada que envidiarle a personas como Ghandi. El objetivo que los mueve, es otro tema de discusión.
Enrique no era la excepción y después de sortear varias automóviles, peatones, y correr cien metros hasta la parada, divisó el colectivo preparado para el despegue. A medida que las ruedas empezaban a girar, el instinto de supervivencia laboral crecía. El colectivo parecía una tortuga tirando de una carreta que con las manos delanteras daba brazadas para poder impulsar el peso que llevaba a cuestas. Corriendo con el brazo arriba para llamarle la atención al conductor, alcanzó el ómnibus, solo para darse cuenta que dos personas sujetadas de los pasamanos y con lo pies en el estribo luchaban para entrar al bus y no morir en el intento, en una suerte de prueba de equilibrismo. El colectivo estaba lleno, repleto de gente y tensión. El clima matutino, frenético como todas las mañanas. La gente se acostumbra pero nunca deja de hacerse la sorprendida. En el fondo todos sabemos que estamos a dos pasos de tirar al chofer por al ventana y hundir el bondi en el Río de la Plata. A Enrique se le escapó una puteada por lo bajo. En ese instante, otro colectivo se acercaba a la parada. Con una actitud de "este no se me pasa" cruzó por adelante al colectivo que lentamente se despertaba de su letargo.
Existe un hecho que es tan común como la salida del sol, e inclusive se repite más veces durante el transcurso de un día. En general, si un colectivo yace parado ocupándose de la carga de pasajeros, el que viene por detrás (de la misma línea) no parará a menos que la vida del conductor dependa de eso o según el pie con el que se levantó (o subió del colectivo); algunas veces también cuando descienden pasajeros.
Enrique pasó por delante del chofer del colectivo que seguía arrancando en cámara lenta y, con un sentido de la valentía que solo una persona que va a laburar puede tener, pretendió parar un ómnibus en marcha, en parte con el cuerpo y, por otra parte, con alguna suerte de telequinesis. Nadie se sorprendió, puesto que esta maniobra es recurrente para los oficinistas, y a su vez, en el caso hipotético de que alguien pudiera volar y lo viera Superman: ¿Se sentiría sorprendido? Por supuesto que no. En esa calle, todos eran de su misma condición.
El colectivo que venía andando por la calle, que nunca se percató de su presencia, le pegó un chicotazo de côté que lo hizo volar sobre sus pasos. Él salió como de una escondite al encuentro del colectivo en movimiento y al final todo fue una cuestión de timing, algo paradójico para una persona tan planificadora. El chofer del otro bus, que peleaba, manejaba y cobrara a la gente (todo al mismo tiempo), arrancó sin piedad. El cuerpo fue arrastrado dos cuadras hasta que se soltó del chasis del bondi, como si fuera un excremento de animal.
Otra nueva mañana azotaba la ciudad. un rayo de sol de filtraba por el agujero de la persiana y aterrizaba sobre un pedazo de alfombra desteñida por su continua acción corrosiva. Se despertó, dormido y con resaca de rutina y esa inercia apática que le ejercía la fuerza necesaria como para levantarse y compensar el contrapeso del resto del cuerpo que le pedía que se quede tieso en la cama. Sentía que lo habían pasado por encima. Miró el reloj y faltaban quince minutos para levantarse. "Un desperdicio de tiempo", fue lo primero que pensó para si mismo. No pudo dormirse y cinco minutos más tarde comenzaba la tarea de prepararse para ir a su trabajo. Se sentía con tiempo y eso lo hacía sentir raro. No lograba mantener ni la mitad del ritmo que él solía imprimirle a las actividades matutinas. La rutina fue la misma de cada día, solo que esta vez prendió la radio, se lavó los dientes y comió varias galletitas. Cuando quiso darse cuenta, estaba atrasado. El cronograma empezaba a hacer agua.
Reunió todas sus pertenencias y las acomodó, como siempre las acomodaba, cada una en un bolsillo distinto. Salió del edificio apresurado, esquivó gente y cruzó bocacalles a zancadas. La parada del bus, como otras veces, parecía que se alejaba a medida que crecía su impaciencia y aceleraba el paso.
Como era de esperarse, el colectivo amagaba con despedirse de la parada en el instante en que Enrique alcanzara la puerta. Lo alcanzó. La gente empujaba para entrar. Todos sufrían el sofocamiento. El colectivo comenzaba a rodar lentamente. No podía subir. Divisó el colectivo de la misma línea viniendo sin pausa y decidió pararlo. Cruzó el frente del ómnibus parado y por alguna razón desconocida o por instinto (como le dicen algunos) intuyó que no iría a frenar. Retrocedió y volvió a subir a la acera. El bus frenado, pasó de moverse muy lentamente a solo lentamente. Lo miró como si estuviera en una película romántica de Hollywood, en la escena donde los amantes se despiden en cámara lenta y uno de ellos observa al otro caminar hacia el horizonte. El trance se rompió cuando las últimas personas despejaron el primer escalón y lograron entrar. Sin pensarlo, se abalanzó y tomó el pasamanos mientras todavía lo tenía a su alcance. Se aferró con las dos manos y logró subir uno de sus pies al escalón. La destreza intachable que había cosechado segundos antes se vio coartada por la falta de fuerza y el paso en falso con el pie que todavía no lograba acomodar. El pie apoyado cedió y su cuerpo quedó flameando en posición oblicua a la puerta. El colectivo comenzó a tomar velocidad y con cada metro acelerado, más se depegaba del pasamanos. Debido a la insistencia por quedar tomado del colectivo, al desprenderse sus manos, cayó de cara al pavimento. Fue un dolor casi tan desgarrador como el de la rueda que lo pasó por encima. Nadie dentro del colectivo se percató. En un arrojo místico, el ómnibus que venía por detrás decidió tomar una decisión poco esperada. El chofer, que peleaba, manejaba y cobrara a la gente (todo al mismo tiempo), arrancó sin piedad después de levantar al último pasajero. Nadie dentro del colectivo o fuera de éste  se percató. El cuerpo fue arrastrado dos cuadras hasta que se soltó del chasis del bondi, como si fuera un excremento de animal.
La gente consternada e indignada hacía diferentes comentarios sobre la situación y de las calamidades de la sociedad contemporánea, mientras seguían apurados para llegar a horario al trabajo.
Un tal Enrique, otro Enrique, se sienta cada mañana a tomar su café cortado en la esquina de esa calle. Él presencia el déjà vu cada mañana. Algo así explica la persona que me cuenta la historia, la cual se la contó Enrique a él mismo, el día que le predijo el accidente minutos antes de que ocurriera. Él no entiende si hablaba de la misma persona o si llamaba a todos Enrique, como él. "¿Cómo sabe todos esos detalles de aquellas personas?" es la primer pregunta que hago. Me miró fijo y repitió lo que Enrique le había dicho: "¿No hacemos todos lo mismo? El problema del ser humano no es la obligación de cumplir un destino, sino de estar destinado a repetir sus propias decisiones. Las decisiones pueden parecer disimiles, pero muchas veces, solo son distintas formas de volver a reaccionar de la misma manera y sufrir las mismas consecuencias. Decir cosas diferentes para significar lo mismo es el otro karma del ser humano".

VOLAR

Observé un pájaro en el firmamento.
No lo miré con el ojo del admirador,
del admirador de lo imposible, de lo inalcanzable, de la utopía.
Observé su necesidad de volar, de cruzar mares, montañas,
de llegar más lejos que otros seres vivos.
No escapé del sentimiento mundano de la carencia,
carencia de libertad, de espacio, de tiempo.
Entonces al caminar sentí la arena en las plantas de mis pies
que me rechinaba en el cuerpo como un haz de vibraciones,
entonando notas en mi cuerpo,
deshaciéndose suavemente ente el roce de mis extremidades,
fundiéndose como dos amantes ante el calor de la pasión.
Comprendí así, que el ave no tendría nunca la libertad de sentir la arena
o el suave golpeteo del mar, como un canto de sirenas,
ni la sensación del agua llenándome la piel de esa vida, 
de esa energía que solo el mar puede entregar a un ser vivo.
Entendí finalmente, que lo que hace libre a esa ave no es la racionalización de su existencia.
Es solo sentir, dejarse llevar, no reconocer la libertad,
sino vivirla.
Entonces vuela, vuela lejos, vuela eternamente
mientras yo camino.

lunes, 24 de febrero de 2014

LUZ Y ODIO

Cuanto más tiene que llover
para que el agua seque hasta el último grano de arena
y cuan oscura debe ser la luz,
para que finalmente nos ciegue por completo.
Cual es el objetivo de esperar con optimismo
si la fuerza del viento puede erosionar los cimientos de las antiguas catedrales,
que llevan la carga del sufrimiento
y solo el odio es el hierro caliente,
que puede forjar las armas más mortales.
La flor más crédula puede tener el filo de una espada,
una flecha envenenada atravesada en el corazón, puede dar redención
y, para los más osados, vida.
El agua solo depurará nuestros pecados si deseamos que llueva,
de la misma manera que el odio anteceder al alba del sol radiante,
tras la fría tempestad.

domingo, 23 de febrero de 2014

PASADO, PRESENTE, FUTURO

En un segundo corta el viento
como un facazo al aire
una mirada de reojo, una mueca silenciosa.
Y cual estrella en el cielo,
una vez muerta,
podemos seguir viendo su luz,
su existencia.
Un momento atemporal
donde el pasado es parte del presente
y el presente del futuro.
Son las cadenas que entrelazan estos hechos
las que nos cubren del prejuicio,
del momento infinitesimal
con la esencia de la tierra mojada,
hasta el aguacero del otoño
cuando transformamos la intención en percepción.
Esta, es la profecía auto cumplida del juicio.

sábado, 22 de febrero de 2014

PALABRAS

Sin querer dejé caer una palabra.
Recorrió mis labios como una gota de rocío
deslizándose sobre las hojas,
escapando al calor tirano del sol que había llegado para reclamar su alma.
Intenté detenerla con la caricia de mi lengua pero era tarde,
ya eras del viento.
La lucha sin fin de lo intangible se hace realidad.
Un sonido puede lastimar.

viernes, 21 de febrero de 2014

UNA MIRADA

Hubiera jurado conocerte un veintiuno de septiembre,
cuando tu cara floreció del otoño de un silencio eterno.
Tus primeras palabras me acariciaron el rostro
como una pluma susurrándome la divinidad de un roce
con la brisa de una mañana soleada
y la frescura del mar.
Nuestro primer beso fue como un día de verano
y ansioso de entregarme al calor de tus labios,
regocijante ante el sol radiante que emanaba tu sonrisa,
quería construir castillos de arena con tu figura.
Ahora que te tengo lejos, me pierdo en los atardeceres de playa
observando como el sol se rinde ante la tenaz fuerza de la noche
y no evito recordar el parpadeo de tus ojos,
brillantes como el día al abrirse,
oscuros al cerrarse.
Y a medida que ellos desaparecen ante el egoísmo de tus párpados,
espero un nuevo amanecer para recordar tu mirada.
Gracias a Dios,
los días de verano son más largos.

jueves, 20 de febrero de 2014

LA MENTE

Que difícil es dibujarse a uno mismo en la arena
y perpetuar esa imagen como una fotografía
cuando el viento y el mar,
emulando nuestra realidad,
nos moldean en infinitas formas
y nos forjan en un sinfín de constelaciones,
moviéndose a nuestro alrededor.
Entonces pisamos el suelo para definirnos
plantando nuestra huella sobre el vasto yermo del destino
e intentamos mediante todos los medios tocar el cielo,
elemento tan primordial como intangible,
que nos cobija bajo un manto de matices y pinceladas.
Miramos con apatía el confinamiento de otras criaturas,
que en su suma dulzura,
nos confieren con crueldad el sarcasmo de las proyecciones y los reflejos,
de lo que la oscura conciencia nos aparta.
La dulce ironía que se conjuga frente a nuestros ojos
no es más que la paradoja del ser humano.
Caminar las mismas calles,
respirar el mismo aire
y no ser más que extras,
en la gran obra maestra de nuestra mente.

EL BLUES DE LA VIDA EN LA CIUDAD

-Atilio! Necesito que me deposites este cheque -gritó el gerente agitándolo, como ventilando una foto instantánea-. Tiene que ser hoy, si o si.
Eso fue lo último que escuchó.  Mientras asentía con la cabeza, su jefe salía a corretear algún oficinista con el afán de mantenerse al tanto de como venía el día laboral de sus empleados.
 -Necesito que termines los informes hoy Hugo! -Mientras se le acercaba, entre caminando y trotando casi sin despegar los pies del piso-. No te quiero joder, pero si te vas de vacaciones me tenes que dar un changui para verlos. No te veo haciendo papeles con todos los culos que vas a ver allá en las playas de Cancún.
Hugo rio tímidamente y agachó la cabeza, era realmente verdad.
El ascensor seguía parado en el décimo piso hacía unos minutos, para Atilio parecían horas. Particularmente hoy, todo se movía demasiado lento para él.
 -¿Qué carajo están haciendo en el ascensor? ¿Si quieren charlar porque no se van a almorzar y se dejan de hinchar los huevos? -susurró en un tono más alto de lo necesario.
La demás gente escuchó perfectamente, más de uno no pudo contener la risa.
 - Atilio, Atilio! -gritó insistentemente el gerente hasta que él se dió vuelta -. Después de depositar el cheque, si querés andá para tu casa y te tomás medio día como habíamos arreglado. 
 -Con toda le gente que va a haber hoy es más probable que vos salgas antes -dijo sin pensarlo -. Pero seamos optimistas. Gracias, me viene bien.
 -No quisieras estar en mi lugar, tengo más cosas para ayer que para hoy -dijo soltando al mismo tiempo una carcajada con más tintes de catarsis que de felicidad-. Nos vemos mañana pibe.
 -Dale jefecito, no me extrañes. No quiero verte mal si pierden de nuevo hoy. -Se dio vuelta sin esperar respuesta y se perdió dentro del ascensor, mientras su jefe sonreía en complicidad.
El microcentro seguía igual de caluroso y la poca gente que había caminando por la peatonal, hacía el panorama más lúgubre que de costumbre. El sol y el pavimento eran un cocktail mortal. Por Florida, los turistas brasileños eran perseguidos por los vendedores de ropa con más hambre que león sin dientes. El contexto económico, la navidad y el fin de año los habían dejado con los bolsillos rasgados y con el real en alza, estos turistas eran la presa ideal.
 -Meu amigo brasileiro! -gritó uno abriendo los brazos, como si hubiera reconocido a un amigo perdido de la infancia o como si no hubieran cobrado un penal más claro que el agua.
Atilio rio por lo bajo, pensando en lo que podía llegar a hacer un argentino con tal de vender algo.
 -Somos caraduras por naturaleza. -Concluyó para sus adentros.
El paisaje sonoro se completaba con el cántico de los arbolitos que en plena luz del día, vestían traje y corbata. Definitavamente, cualquier cosa con tal de vender.
El imponente edificio del banco, contrastaba con la imagen del  pequeño restaurante chino con olor a aceite rancio y los escombros del café abandonado a su suerte por otro de los reveses económicos del país. El cartel de "se vende" parecía más una súplica que una oportunidad de hacer negocios.
Al llegar a la puerta, vio que la cola serpenteaba intrincadamente por todo el lugar. Se acercó a los cajeros:
 -Gracias a Dios la tecnología está de mi lado. -Pensó con sarcasmo-. Hoy hasta puedo elegir el que más me guste.
La ironía tenía planeado otro destino con un cartel que invitaba a todos los clientes a utilizar las bondades de los servicios de tracción a sangre. Volvió para hacer la fila.
 -No te la puedo creer -expresó con fastidio, mientras se acercaba a la gente.
Dirigió su mirada al policía apostado cerca de una columna, casi pidiendo explicaciones. El oficial,  inmutable, revoleó sus ojos hacia él por un segundo, pero sin poder resolver su angustia. El contacto fue tan efímero como el paso de un cometa, hasta que se perdió nuevamente abstraído por la vida fuera de las puertas giratorias. Su gesto adusto, era tanto de seriedad como de aburrimiento. Atilio se acercó a la gente.
 -¿Qué regalan acá que hay tanta gente? -comentó con histrionismo.
 -Con suerte...jubilaciones -respondió ávidamente un anciano, en el preludio al estallido de carcajadas que corearon las personas cercanas.
Así comenzaba el periplo, de lo que sería probablemente la cola más larga que haría en su vida.
Pasó los primeros quince minutos atento a la conversación de un abogado con sus socios. Por momentos a los gritos, echaba culpas a doquier. En otros, con tono reconciliador, buscaba una solución. Todo esto matizado por momentos tragicómicos de culpa. Llegó a reconocer su nerviosismo a regañadientes y su necesidad de calmarse. En solo cuestión de minutos había recorrido el camino que le costaría años transitar a un adicto a la cocaína. Sonrió al racionalizar su asociación. Claramente tenía razón.
Se vio confundido entre su aparente alegría y la desesperación que le generaba la fila, que parecía estar estancada desde que llegó.
 -Ni para el boliche hago esto -concluyó moviendo la cabeza en signo de negación y apretando los labios mostrando su frustración.
El tiempo pasaba relativamente rápido, mirando sin mirar, tratando de no pensar. Pero la gente seguía tiesa en su lugar. Su visión le proyectaba las imágenes de un cuadro, más que las de un ambiente dinámico. Afuera, una manojo de hojas secas pasó fugazmente, como escapando del calor, probablemente buscando las temperaturas más húmedas del otoño. Huían despavoridas, dibujando círculos en el aire. Para él la situación no era tan poética, se asemejaban a gallinas sin cabeza, corriendo sin rumbo.
La monotonía se cortó con la vibración de su celular. Más apresurado que otra cosa, se puso los papeles bajo la axila. Mientras presionaba la masa de formularios y tramiteríos que llevaba, luchaba contra el capricho del bolsillo trasero. Con su mano menos hábil se escabullía con más fuerza que atino para contestar rápido.
 -Diga? -Su malestar era más obvio a través del teléfono que en persona.
 -Hola amor, como estás? -contestó su esposa, como luchando contra el enojo de Atilio.
 -Bien -respondió ambiguamente -. Estoy haciendo la fila para comprar las entradas del próximo Boca - River.
 -En serio? Hoy no trabajás? -comentó ingenuamente.
 -No, estoy en el banco linda -respondió riendo.
 -Ahhhh...que boluda...no había entendido -dijo, devolviéndole la carcajada-. Che...¿sabés que nuestro hijo termina el jardín hoy no? Quería saber si vas a estar para ir a buscarlo conmigo. -Cambió de tema de manera entusiasta, pero cortante y determinada.
 -Termino acá y voy para casa -respondió en un intento heroico de negar su fastidio.
 -Ok, ¡bárbaro! -Su alegría era tan grande como su sorpresa-. ¿Querés hablar con él?
La fila comenzó a avanzar, el tumulto, la cantidad de cosas que llevaba bajo el brazo, el nerviosismo, las ganas de irse...todo le complicaba el panorama.
 -Más tarde amor, ahora estoy con más ganas de matar a alguien que otra cosa -confesó timidamente.
 -No te preocupes, igual lo ves más tarde, ocupate del trabajo que a la tarde lo pasamos a buscar -le dijo, reconfortándolo en la única manera en que podía -. Cuidate chuchi, besos.
 -Chau preciosa. -Cortó sin mediar palabra.
El trance lo rompió el repiqueteo de las gotas sobre el techo de la construcción. El aroma del pavimento mojado le impregnaba la nariz. La fila se adelantó, hizo un esfuerzo para caminar y sintió un fuerte malestar en sus rodillas y cadera.
 -Me estoy poniendo viejo -confesó para sus adentros, preocupado -. Así no puedo jugar a la pelota ni en Sacachispas -expresó para si dándole menor entidad, de alguna manera, al pesar de su situación.
La gente más joven comenzó a quejarse de la tardanza, todos tenían cosas más importantes que hacer, la ciudad no perdonaba que pierdan el tiempo. El tiempo es tirano, más cuando tiene horarios ajustados.
 -A la juventud ya no le importa nada. -Pensó enojado-. Mi generación no se quejaba tanto, ¡agua y ajo! El laburo es así. La quieren toda fácil. -Al mismo tiempo que notaba que eran personas de su edad-. En serio, estoy hecho un viejo de mierda -se confesó nuevamente.
El tiempo pasó entre discusiones de fútbol, donde los más elocuentes daban opiniones estrambólicas, disfrazando su ignorancia de cenicienta. El cepo al dólar, el precio del metro cuadrado en Barrio Norte, el impuesto a las ganancias, la inflación, las restricciones a las importaciones, todo se debatió sin mayor éxito, con más ganas de desahogar las penas, que de solucionar las cosas. Se habló de los argentinos, se echaron la culpa los unos a los otros. La única culpa que reconocían era la de no poder avivar a los demás de que tenían razón. Que Macri, que Cristina, que el oficialismo, que la oposición y que "Bailando por un Sueño"...
Por fin llegó la hora de la verdad. Con pequeños pasos, arrastrando los pies por el piso, mano en la cintura se acercó con suma cautela a la caja. Miró fijamente al vidrio para poder ver a través de él. La transacción se dio rápidamente y Atilio no pudo evitar hacer un comentario.
 -¿Qué pasa que estuvo todo tan lento hoy? Sentía que me volvía viejo acá adentro y eso que tengo veinticinco años. -Dejó caer de su boca las palabras.
 -¡Parece más joven que eso señor! -respondió alegremente la cajera, riendo fuertemente.
Atilio respondió con una sonrisa, aunque un poco confundido con la respuesta de la mujer.
Al salir del banco, las calles abarrotadas de autos y el estruendo de las bocinas le sorprendió.
 -Hace un rato podía hacerme un asado en plena calle Corrientes -susurró elocuentemente-. No me quiero imaginar lo que va a ser esto en treinta años.
Camino a la parada del colectivo leyó el mensaje de texto que le había enviado su mujer:
 -¿A qué hora llegás? No te olvidés que hoy se recibe el nene -confirmó ella.
 -Con suerte, estoy antes de que se reciba de la facultad -respondió irónicamente.

miércoles, 19 de febrero de 2014

MOMENTO

Nada es absoluto,
el tiempo no escapa a la realidad de las cosas.
No miremos la eternidad, solo los momentos,
es así como visualizamos el trecho sobre el que existimos: nuestro momento.
Inhalo,
un momento.
Exhalo,
un momento.
Camino.
Cada paso define un lapso
y cada tranco es un recorrido,
entonces observo que en la ecuación del tiempo,
somos nada más que una sumatoria de momentos.
Apaciguo mi ritmo para reposar en la hierba.
Los diamantes de la cronología pierden su brillo,
se deshacen como agua y se escurren entre mis manos.
Las caricias del viento sobre el pasto se vuelven pálidas.
Todo se detiene.
Los engranajes de los relojes se funden y se hacen humo.
Me siento más liviano, me esfumo, me transformo en energía
y en el otoño de la vida, quedo suspendido en el aire.
Se desvanecen las raíces que me nutren del cáliz de la vitalidad.
Este, ya no es más mi momento.