Un hombre cualquiera en la calle:
Un tipo camina por la calle, cualquier tipo...ponele que se llame Enrique. El nombre no importa. Es de día. Es irrelevante si es de mañana, mediodía o la hora del té. Es un día laboral normal, como cualquier otro. La ciudad muestra esa misma postal de los malones de gente, cada uno con su oficio y su historia, caminando en miles de direcciones diferentes. Él desfila por la calle, va hacia algún lado. Yo no se a donde va, pero algo está haciendo en la calle. Es un tipo común y corriente que está yendo al laburo o a comprar alguna chuchería o a hacer algún trámite. En fin, no importa a donde va, lo vital es que se encuentra en la calle.
Un tipo camina por la calle, cualquier tipo...ponele que se llame Enrique. El nombre no importa. Es de día. Es irrelevante si es de mañana, mediodía o la hora del té. Es un día laboral normal, como cualquier otro. La ciudad muestra esa misma postal de los malones de gente, cada uno con su oficio y su historia, caminando en miles de direcciones diferentes. Él desfila por la calle, va hacia algún lado. Yo no se a donde va, pero algo está haciendo en la calle. Es un tipo común y corriente que está yendo al laburo o a comprar alguna chuchería o a hacer algún trámite. En fin, no importa a donde va, lo vital es que se encuentra en la calle.
Camina un trecho relativamente corto, no se si llega a cruzar de calle siquiera. Se le acerca un hombre de traje. Este tipo es importante (o parece serlo). El saco y pantalón de azul oscuro brillan ante el sol como un diamante y, por algún motivo que desconoce, le resplandece en la cara y no deja que se lo vea de manera plena. Lo más notorio es la corbata. Las personas de jerarquía que usan corbatas de diseños y colores extravagantes están en una búsqueda constante de la demostración de su naturaleza de excéntricos. Son exitosos en su trabajo o en un ambiente académico y se auto proclaman el derecho (con el consentimiento de la gente insulsa) de ser catedráticos de todo lo que hacen en la vida. Son de esos que se muestran flexibles y abiertos porque usan prendas de colores desfasadas de la moda como una forma de rebelión pero viven una vida casi militar y hacen respetar su rango a rajatabla. Son productores natos de teorías sobre todo tipo de actividad que practica el hombre en base a artículos que deben leer en alguna revista o en Internet. La sociedad está en un búsqueda constante de referentes y estas pequeñas demostraciones de rebeldía son la cucharada de azúcar que da el dulzor que necesitan para tragar la vida como una infusión, y no como un remedio que te dan para la fiebre. Se creen inteligentes, abiertos y modernos, pero son rígidos, charlatanes y mersas. Le pregunta la hora. Es claro, se repite el ciclo. Está apurado, quiere llegar en tiempo, en parte para sacarse de encima lo que sea que tiene que hacer, pero también porque se cree importante, y como tal, cree que no debe dar a entender que es un tipo desprolijo. En realidad, todo lo que hace tiene que ver con su importancia. No quiere perder tiempo porque es importante y tampoco quiere parecer un tipo impuntual porque la gente importante le da importancia a toda reunión o encuentro. Si la puntualidad no fuera una tarjeta de presentación tan destacada, entonces no estaría en una batalla campal contra el tiempo, y para peor, perdiendo por goleada. En este caso, la pregunta no es "¿Qué hora es?", sino "¿Cuánto falta para...?", lo cual por alguna razón que no pretendo suponer ni entender (aunque parece algo obvia), le molesta a nuestro querido portador de la hora. Con un poco de perspicacia y mala intención mira el reloj y le dice que es mucho más tarde de lo que en realidad es. El hombre trajeado se pone pálido y no le alcanzan las palabras ni las piernas para agradecer y correr a su destino. Queda cautivado al sentir que tiene alguna suerte de poder sobre los demás. Se queda tieso con esa sonrisa pícara, pensando en lo acontecido, con sus ojos perdidos en el horizonte. El señor importante ya se perdió en la selva y al fijar nuevamente sus ojos en la muchedumbre puede observar el fulgor, como la estela de un avión a chorro, de ese traje resplandeciente, como producto de la brecha de los tiempos que se encuentran habitando cada uno de ellos; uno acelerado, y otro, en comparación, insufriblemente ralentizado. El pasado se mezcla con el presente en esa huella brillante que se desvanece lentamente a medida que otras dejan su marca. Es algo continuo. Mientras se esfuma el antiguo pasado como un tendal de humo que se pierde en el firmamento, otro más cercano deja su rastro, con el presente liderando ese trayecto interminable. Finalmente, en un momento se extingue y pasa a ser historia antigua. El tiempo sigue transcurriendo y él sigue sumergido en ese esplendor.
Se despierta como de un sueño profundo, le toma varios segundos reconocer lo que ocurre a su alrededor. Parece un recién nacido cuando abre por primera vez los ojos y ve el mundo. Tiene una sensación extraña sobre todo lo que lo rodea. Pasan unos segundos más. Comienza a dar algunos pasos. A medida que avanza se le aclara la cabeza, reconoce el entorno y lentamente recupera el sentido. Una mirada le atraviesa el cuerpo. Esa sensación extraña de sentirse observado. Inmóvil estaba una persona de esas que ahora se les llaman "desposeídas", gracias al lirismo social moderno. Este término, en algún punto, le otorga un manto de piedad a su condición. Hay algo en la formalidad de la palabra que aleja a la persona de la vida de mierda que tiene y lo transporta a un mundo científico y conceptual, donde todos somos similares, somos ideas o teorías (como cuando un catedrático habla del agente económico o del votante mediano). Estos tipos no cagan, no sienten, no viven, solo son ladrillos que encajan en construcciones teóricas. Se acerca para saber cuanto falta para que el pequeño antro que suele regalarle su plato de comida diario abra. Para la sorpresa de este personaje, falta más de lo esperado. Enrique se queda estancado en la mirada del desposeído, el cual le devuelve el favor. Pudo haber sido un segundo, varios minutos o un eón. La mirada del hombre estaba tiesa, pero la quietud es el peor de los movimientos. El ojo lee esas pequeñas incongruencias, como espasmos infinitesimales, pequeños cortocircuitos entre el verdadero reposo y la incapacidad de manifestar el sincronismo que se desencadena entre el cerebro y los músculos. El hombre tenía paralizada la cara, pero en las arrugas de la comisura de sus labios y ojos, como también en el ceño y sus pómulos, había un temblequeo, una abstinencia. La cabeza tiene sus formas perversas de hacerse notar, de mostrar su opinión, aun cuando el cuerpo crea haber perdido la batalla. Cuando ya pusiste tantas caras de lástima o de tristeza, los músculos se vuelven tiesos. Pierden la sensibilidad como si el dolor fuera su heroína. Los músculos se vuelven adictos al sufrimiento y cada dosis tiene que ser mayor para quebrantar la inexpresión ¿Habrá alguien que haya reído tanto que no pueda sonreír? Nadie lo creería posible, pero bajarte los calzones para cualquiera o vivir de la voluntad de lo poco que te quieran dar los demás te talla con gubia tatuajes en forma de arrugas, que funcionan como canaletas para decantar las últimas lágrimas que tengas para dar hasta que se seque el río. Después lo único que se junta es tierra. Peor que un rostro húmedo del sollozo, es una superficie árida como el desierto. Una lágrima es un oasis y la demencia te lleva a rogar que se precipite tu tristeza. Finalmente el hombre humilde alejó la mirada para voltearse de espalda y atinó a retomar el rumbo hacia la puerta del negocio. Su caminar era idéntico al de un astronauta: lento, infinito y pesado, donde cada paso parece un salto interminable hacia el abismo. Su andar era tortuoso para la vista. Su cadencia tan ralentizada creaba, en perspectiva, estelas de personas que atravesaban la calle como dagas, frutos de la osadía circense de algún lanzador de cuchillos, en tanto que él y el modesto hombre competían por no ser desgarrados por esas miles de filosas hojas que volaban por la acera. Tuvo vértigo, estaba antes flujos de tiempo tan disimiles que no podía determinar si alguien cansado de esta película, le había dado fast forward para saltar a alguna escena más interesante.
"Caminar es la solución", es la frase que nadie dijo y que nunca quedó posterizada. "Eso sería un consejo médico", contestaría sin atino algún tradicionalista de la poesía. Caminó. En cuanto abrió los ojos, tras un corto trecho a ciegas, se había desconectado de esa máquina que hacía que la gente se mueva a destiempo. Se le acercó otra persona, y otra más y otra más y parecía que mientras más cuadras caminaba más gente lo retaba a no perder el control de la poca paciencia que le quedaba. Tener el control del tiempo estaba transformando su entorno en una combinación caótica de gente que caminaba a destiempo, algunos impredeciblemente rápido como gacelas en la sabana africana siendo perseguidas por depredadores, otros como en una carrera de mimos. Se sentía nauseabundo, vertiginoso, parecía estar bajo el efecto psicotrópico de alguna droga. Hizo lo lógico, se arrancó el reloj de la muñeca como si fuera un maleficio del cual se iba a deshacer de una buena vez por todas. Se lo metió en el bolsillo violentamente, reventando un par de puntos de la costura del pantalón. Había pensado en tirarlo, pero era caro y no valía la pena la calentura. Además, a quien no le gusta tener, aunque sea por un segundo, el control del tiempo. Obviamente no es algo de lo que quieras deshacerte tan fácilmente, por más don o condena.
Confesión de un Dios Primordial:
Los dioses tienen el poder de concebir universos toda vez que estén dispuestos a entregar su fuerza vital a cambio de su creación. La arcilla de la cual se moldean las formas no es más que el néctar primario que surge de ellos mismos. Para dar origen a la vida, deben dar sus vidas primero. La vida origina vida. No se crea a imagen y semejanza. El ser humano es un conjunto de desprendimientos de la voluntad suprema. Si el mundo logra perpetuarse, cada dios perdura inmiscuido en su creación. Si colapsa, la energía vuelve a su amo y reconstruye su entidad. Como su fin es dar vida, el dios que muere como tal lo hace para vivir eternamente imbuido en la gracia de su misión. La existencia de un dios integral, es la prisión de la energía vital concentrada en un solo recipiente. Si solo al soltarla puede crear vida, el hombre no podrá bajo ningún concepto conocer a su progenitor. Todo intento de percibirlo o conquistarlo sería imposible. Unos u otros no pueden convivir en el mismo tiempo y espacio.
Mi regalo, el tiempo, el cual yo mismo personifico en su esencia tan primordial y misteriosa, se encuentra conviviendo en cada persona en una red de filamentos que se interconectan entre todos los seres vivos. Todo humano que se jacte de todopoderoso debe saber que cuando se tiran de los hilos, verá que no solo los demás viven de su tiempo. Al final del ovillo se encuentra uno. Contradictorio como parezca, mi regalo, es una ofrenda suprema, que no entiende ni del bien o del mal. Solos los que se encuentran por debajo de este nivel de entendimiento sufrirán a manos de los demás y las propias los embates del tiempo. Por esta misma razón, con la virtud de la ignorancia como estandarte, los seres pueden existir con la tranquilidad de no verse obligados o tentados de controlar lo incontrolable.
Se despierta como de un sueño profundo, le toma varios segundos reconocer lo que ocurre a su alrededor. Parece un recién nacido cuando abre por primera vez los ojos y ve el mundo. Tiene una sensación extraña sobre todo lo que lo rodea. Pasan unos segundos más. Comienza a dar algunos pasos. A medida que avanza se le aclara la cabeza, reconoce el entorno y lentamente recupera el sentido. Una mirada le atraviesa el cuerpo. Esa sensación extraña de sentirse observado. Inmóvil estaba una persona de esas que ahora se les llaman "desposeídas", gracias al lirismo social moderno. Este término, en algún punto, le otorga un manto de piedad a su condición. Hay algo en la formalidad de la palabra que aleja a la persona de la vida de mierda que tiene y lo transporta a un mundo científico y conceptual, donde todos somos similares, somos ideas o teorías (como cuando un catedrático habla del agente económico o del votante mediano). Estos tipos no cagan, no sienten, no viven, solo son ladrillos que encajan en construcciones teóricas. Se acerca para saber cuanto falta para que el pequeño antro que suele regalarle su plato de comida diario abra. Para la sorpresa de este personaje, falta más de lo esperado. Enrique se queda estancado en la mirada del desposeído, el cual le devuelve el favor. Pudo haber sido un segundo, varios minutos o un eón. La mirada del hombre estaba tiesa, pero la quietud es el peor de los movimientos. El ojo lee esas pequeñas incongruencias, como espasmos infinitesimales, pequeños cortocircuitos entre el verdadero reposo y la incapacidad de manifestar el sincronismo que se desencadena entre el cerebro y los músculos. El hombre tenía paralizada la cara, pero en las arrugas de la comisura de sus labios y ojos, como también en el ceño y sus pómulos, había un temblequeo, una abstinencia. La cabeza tiene sus formas perversas de hacerse notar, de mostrar su opinión, aun cuando el cuerpo crea haber perdido la batalla. Cuando ya pusiste tantas caras de lástima o de tristeza, los músculos se vuelven tiesos. Pierden la sensibilidad como si el dolor fuera su heroína. Los músculos se vuelven adictos al sufrimiento y cada dosis tiene que ser mayor para quebrantar la inexpresión ¿Habrá alguien que haya reído tanto que no pueda sonreír? Nadie lo creería posible, pero bajarte los calzones para cualquiera o vivir de la voluntad de lo poco que te quieran dar los demás te talla con gubia tatuajes en forma de arrugas, que funcionan como canaletas para decantar las últimas lágrimas que tengas para dar hasta que se seque el río. Después lo único que se junta es tierra. Peor que un rostro húmedo del sollozo, es una superficie árida como el desierto. Una lágrima es un oasis y la demencia te lleva a rogar que se precipite tu tristeza. Finalmente el hombre humilde alejó la mirada para voltearse de espalda y atinó a retomar el rumbo hacia la puerta del negocio. Su caminar era idéntico al de un astronauta: lento, infinito y pesado, donde cada paso parece un salto interminable hacia el abismo. Su andar era tortuoso para la vista. Su cadencia tan ralentizada creaba, en perspectiva, estelas de personas que atravesaban la calle como dagas, frutos de la osadía circense de algún lanzador de cuchillos, en tanto que él y el modesto hombre competían por no ser desgarrados por esas miles de filosas hojas que volaban por la acera. Tuvo vértigo, estaba antes flujos de tiempo tan disimiles que no podía determinar si alguien cansado de esta película, le había dado fast forward para saltar a alguna escena más interesante.
"Caminar es la solución", es la frase que nadie dijo y que nunca quedó posterizada. "Eso sería un consejo médico", contestaría sin atino algún tradicionalista de la poesía. Caminó. En cuanto abrió los ojos, tras un corto trecho a ciegas, se había desconectado de esa máquina que hacía que la gente se mueva a destiempo. Se le acercó otra persona, y otra más y otra más y parecía que mientras más cuadras caminaba más gente lo retaba a no perder el control de la poca paciencia que le quedaba. Tener el control del tiempo estaba transformando su entorno en una combinación caótica de gente que caminaba a destiempo, algunos impredeciblemente rápido como gacelas en la sabana africana siendo perseguidas por depredadores, otros como en una carrera de mimos. Se sentía nauseabundo, vertiginoso, parecía estar bajo el efecto psicotrópico de alguna droga. Hizo lo lógico, se arrancó el reloj de la muñeca como si fuera un maleficio del cual se iba a deshacer de una buena vez por todas. Se lo metió en el bolsillo violentamente, reventando un par de puntos de la costura del pantalón. Había pensado en tirarlo, pero era caro y no valía la pena la calentura. Además, a quien no le gusta tener, aunque sea por un segundo, el control del tiempo. Obviamente no es algo de lo que quieras deshacerte tan fácilmente, por más don o condena.
Confesión de un Dios Primordial:
Los dioses tienen el poder de concebir universos toda vez que estén dispuestos a entregar su fuerza vital a cambio de su creación. La arcilla de la cual se moldean las formas no es más que el néctar primario que surge de ellos mismos. Para dar origen a la vida, deben dar sus vidas primero. La vida origina vida. No se crea a imagen y semejanza. El ser humano es un conjunto de desprendimientos de la voluntad suprema. Si el mundo logra perpetuarse, cada dios perdura inmiscuido en su creación. Si colapsa, la energía vuelve a su amo y reconstruye su entidad. Como su fin es dar vida, el dios que muere como tal lo hace para vivir eternamente imbuido en la gracia de su misión. La existencia de un dios integral, es la prisión de la energía vital concentrada en un solo recipiente. Si solo al soltarla puede crear vida, el hombre no podrá bajo ningún concepto conocer a su progenitor. Todo intento de percibirlo o conquistarlo sería imposible. Unos u otros no pueden convivir en el mismo tiempo y espacio.
Mi regalo, el tiempo, el cual yo mismo personifico en su esencia tan primordial y misteriosa, se encuentra conviviendo en cada persona en una red de filamentos que se interconectan entre todos los seres vivos. Todo humano que se jacte de todopoderoso debe saber que cuando se tiran de los hilos, verá que no solo los demás viven de su tiempo. Al final del ovillo se encuentra uno. Contradictorio como parezca, mi regalo, es una ofrenda suprema, que no entiende ni del bien o del mal. Solos los que se encuentran por debajo de este nivel de entendimiento sufrirán a manos de los demás y las propias los embates del tiempo. Por esta misma razón, con la virtud de la ignorancia como estandarte, los seres pueden existir con la tranquilidad de no verse obligados o tentados de controlar lo incontrolable.
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