La literatura es un gran patio donde los escritores salen a jugar. Cuando se abre esa puerta que los libera, corretean sin barreras, sin restricciones, sobre la extensión de una hoja de papel, llenándolo de pequeñas pisadas que dan vida a las palabras, como las diminutas células que forman nuestro cuerpo. Aquí hay solo emociones, risas, pero también llantos. Allí florecen los ideales, las perspectivas, la estética, el amor, el odio, los antagonismos, los sinónimos...se crean y destruyen mundos dando forma al universo literario. De este empalagoso néctar es del que se nutre la escritura.
Desde lejos, los adultos miran desde la ventana añorando las épocas donde ellos hacían lo mismo, intercambiando miradas con los demás, casi como buscando esas memorias dentro de la mente de los otros, mientras hay quienes intentan jugarlo nuevamente. La mirada atónita de otros niños, que se mantienen alejados, contrasta con el jolgorio que causan los que juegan. Por detrás se escucha el murmullo de los que miran con escepticismo, críticas, sin entender y con el ceño fruncido.
Allí se congrega el pasado, presente, y futuro, donde unos admiran, otros disfrutan, muchos miran, algunos critican y los osados juegan.
Los que admiran y disfrutan, ven sus recuerdos, de lo que fue, de lo que podría haber sido o de lo que nunca fue. Los escépticos y críticos, se ven desplazados, no entienden, se sienten sobrepasados. Los que juegan, son los que tienen la pluma en la mano y ha medida que corren sin rumbo alguno, garabateando con sus brazos el aire, dejan la estela de tinta que plasma lo que brota de su corazón y mente. Estas personas son las que inocentemente pintan las bóvedas de las catedrales que se erigen en nombre del arte, pero nunca olvidan que "escribir es como jugar". Allí no hay juicios de valor, solo radican la desfachatez, la inocencia y las emociones.
Juguemos a escribir...
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