LIMBO

El universo definido por el espacio dentro de la semiesfera formada por un línea horizontal de corte transversal a la altura de los ojos de una persona y el arco que forma la cabeza respecto de la misma, junto al rectángulo que se forma si trazamos una raya vertical sobre su perfil en el punto más elevado, con su altura dada por el radio de la semiesfera, donde la base del mismo es la trayectoria desde esa línea hasta la paralela que dibujan las hojas del libro. Este es el lugar donde lo tangible (nuestra mente) y lo intangible (un relato) conviven en un espacio sin reglas, donde solo el lector puede dictaminar lo que es real de lo que no y lo que está vivo de lo que está muerto. Allí es donde se hacen realidad las historias, cobran vida las palabras y donde se libran las verdaderas batallas literarias.Que comience el viaje hacia el limbo...

jueves, 9 de abril de 2015

Bautismo de Fuego

Aunque quisiera ponerme en tus zapatos
me excede fervientemente eso que tanto defendiste a ultranza.
Más allá de los celos,
admiración significaría pasar por pez ángel una piraña,
declaro a regañadientes que me hubiera gustado tener,
ese carácter forjado a martillazos
y la miel de tus labios,
que atraía a propios y extraños.
Eran épocas raras.
Un país revolucionado,
donde el hambre era mucho
y la fe llenaba el plato.
Estaban más locos que la mierda
y la vida en la granja no daba tregua.
La falta de educación y la tradición como maestra
es un elixir que cura un mal con otro peor.
"Dios está en todas partes", dijo el elegido,
ante la atenta mirada de los endebles campesinos.
Buscaban la redención,
todos se preguntaban si la vida era solo vivir
eso que vivían como vida.
A algún loco se le había ocurrido
que Jesús podía llegar a ser uno mismo.
Imagínate despertando de un día para el otro reencarnado en Cristo.
"Menos mal que me avisaste,
justo estaba por levantarme para ir a la Iglesia",
exclamó el campesino fatigado del martirio del frío en la catedral
en cada misa matinal de los domingos.
Se privaron de casi todo,
tampoco tenían mucho,
o casi nada.
¿Para qué estar mal
si podes creer que ésta vida sufrida conviene sufrirla más?
La trampa del más allá, estaba cada vez más acá.
Si no tenes, ¿crees?
A vos te pasó lo mismo:
no había un carajo para hacer
y el arado para vos era una herramienta de poco uso productivo.
Un libro en tu mano era como avistar un unicornio en los alpes suizos.
La hoz o la escopeta o el ingenio o ¿Cristo?
¿Alguna vez te dejaron elegir?
Esas circunstancias nunca
y menos en el lugar donde naciste.
Te mandaron con el rifle bajo el brazo,
hacía un frío cojudo y parecías decidido,
pero vos nunca tuviste pasta de conscripto.
Te volviste desertor,
habías decepcionado a tu patria.
Creo que entendiste, en ese momento,
que al único que le rendías pleitesía,
era al Señor Jesucristo.
No sabía si lo habías leído
o te lo habían contado,
todo ese embrollo de prohibiciones
y la extraña devoción al Espíritu Santo.
Para mi, a vos no se te había ocurrido.
Instigando al prejuicio,
me parecieron demasiado fuertes tus principios,
mi querido Pedro,
y aunque respondías también al nombre de Jesús,
sabía que te llamabas Juan o Roberto.
Dios los crea y el líder reencarnado los amontona,
con promesas que soplan como vientos huracanados.
Estabas tan certero y convencido
que nadie se dio cuenta que te faltó algún abrazo o salir un poco de giro.
Puede que un trabajo decente, un pasatiempo interesante
o haber estudiado algo, en vez de pasar el tiempo pensando tanto.
Le temías tanto a eso que te escandalizaba,
y vos sabes, que yo se,
que alguien te dijo que era malo
pero no creo que siquiera lo hayas probado.
Todos leímos el mismo libro,
vos pasaste por arriba más de un verso
pero entendiste otra forma de ser salvado,
que ni Dios hubiera predicho.
Saltaste del arca y armaste tu propio bote,
que cojones tenías,
pero siempre increpé,
que hiciste todo por las peores razones.
Con el diccionario en la mano,
no habrías confundido la palabra inmaculado con emasculado.
Así de ignorante eras,
que hablabas de la manzana como si fuera un dídimo o una teta.
Siempre se puede ir un poco más allá,
y cuando interpretas lo que dijo alguien,
de lo que dijo otro, que le contaron,
que habían leído en un texto más viejo que la injusticia,
aparece uno más literal y converso que el anterior.
Es una competencia de rectitud abominable
donde la moral queda delimitada por la línea imaginaria
entre el cielo y el infierno
mientras los humanos flotan sobre su comisura,
cegados por el fulgor
de la colisión de dos mundos,
sin saber sobre que extremo se encuentran
y sin punto de referencia,
más que el sentido de integridad impartido por alguna voz cantante.
"Sin sangre no hay remisión",
dijiste con firmeza mientras se me revolvía la tripa.
Miré alrededor y veía gente embelesada en el néctar de tus palabras,
se relamían la boca.
Para llegar al cielo había que sufrir en vida,
y si hacía falta algo,
era un séquito de personas con el anhelo
de la vida después de la muerte.
Parecía una riña en el Coliseo,
había más sangre que senos.
Más de uno hubiera querido lamerte las heridas,
pero sabían que la carne era el pecado más impuro de la tierra.
"¿Son vegetarianos?" pregunté con una risa nerviosa,
pero si era una metáfora,
sus caras indicaban que preferían seguir tus palabras
al pie de la letra.
El alma y la piel representaban el día y la noche,
y vivir el plenario de una,
significaba abandonar por completo la otra.
No había dualidad,
porque te encargabas de extirparle a tus discípulos
hasta el último resquicio de duda.
Con la tijera en una mano
y el hierro caliente en la otra
la gente bailaba al ritmo de su propia música.
Se pagaba con un dolor descomunal y un profuso sangrado
el sello que te bautizaba como un nuevo ser humano:
ese era el bautismo de fuego.
Los burros por más pijudos,
eran los más cagones,
las blancas palomas,
las más osadas.
Ellas reinaban ésta tundra,
desde su altar impoluto,
esperando tomar vuelo hacia el cielo.
Tanto furor causaste que los más ortodoxos
se sintieron intimidados.
"¿Cómo es que hace para enamorar
con el sonido de sus palabras
un pobre tipo, que no vale nada?"
inquirió el rey consternado.
Nunca te lo preguntó,
era una expresión de sarcasmo.
Te arrancó de raíz como maleza
y te abandonó en las tierras frías del exilio.
Las lluvias y el clima extremo
te hicieron crecer tanto
que tus raíces se expandieron
como ríos desbordados
hasta volver a las tierras de tus mejores natalicios
Tus súbditos te esperaban,
como la esposa de un soldado.
Veinte años no es nada,
si cuando volviste estabas más joven que antes.
Nos contaste que habían atentado contra tu vida,
cuando reinabas esa tierras colmadas de frío.
Mentira!
Pero preferimos creer tu mito.
Que caminaste como Jesús en el desierto
y habías sido concebido por la gracia
de una reina y un espíritu.
Mentira!
Pero preferimos creer tu mito.
Que te levantaste en armas,
contra el poder de los ricos.
Mentira!
Pero preferimos creer tu mito.
A ciencia cierta era todo un bagaje de mentiras,
pero en esa época ciencia había poca,
certeza era un ráfaga de viento que borneaba al antojo de los dioses
y así eramos todos más supersticiosos que la misma eucaristía.
Tu destino final fue la ciudad más importante del territorio.
Entraste triunfante y te celebraba una turba de gente,
que esperó esas dos largas décadas a que vuelvas.
Creyendo las fábulas,
el joven huérfano de madre
pero con el trono heredado
te trajo para solventar el misterio
que su madre nunca había respondido.
Ese hijo, el hijo de un impotente,
era el rey bastardo,
y así le iría en su imperio.
Que fácil te resultó triunfar,
si todos tenemos esas esperanzas
de que nuestros infortunios
sean el producto de algún milagro inesperado.
Jugabas con eso,
y eras el mejor, zorro viejo.
El zar debería haber sospechado
que su supuesto padre llevaba el rifle
solo que no podía dispararlo.
¿Que arma podrías haber utilizado,
si abandonaste todo tipo de enfrentamiento
cuando desertaste tan joven
de tu entrenamiento como soldado y semental?
El que perpetró el tiro de gracia
de su dolorosa existencia,
estaba en algún otro lado,
vivo o muerto,
ya apartado de los frutos,
de su secreta y prohibida descendencia.
¿Nunca pensaste que él vería
que no eran parecidos?
No importaba a esa altura,
porque habías vuelto,
y tus fieles no iban a dejarte varado.
Entonces me dirigí al reducto,
la casa del salvador en la tierra.
Ya habías pagado nuevamente tus osadías,
de identidades robadas y paternidades perdidas.
Cuando te acercaste vi un rostro joven,
con un frondoso e imponente cabello pardo.
Yo a tu edad ya estaba demacrado.
Pardo algunos pelos de la pierna,
las cejas más blancas que la nieve
y en la cabeza quedaba algún resquicio,
de una melena donde predominaron los rizos.
Nos dimos la mano y aunque apretaste con fuerza
esa mano no parecía haber sufrido las peripecias del arado,
o los embates del trabajo forzado de la tierra dormida.
Estaba, con todo respeto,
tomando la mano de una mujer mal rasurada.
Aún así, como líder fuiste el primero en llevar la batuta
al ritmo de las peripecias y frenesí de un dogma
que como creencia era un grito desesperante a una delusoria ética,
colmada de un nivel de fanatismo y rectitud
que le helarían la piel hasta el mismísimo Jehová.
¿Que te habían hecho de joven,
para ser tan resentido?
Resentido contra esta vida,
contra tu propio cuerpo
y contra vos mismo.
No hay mal que dure cien años,
vos viviste más y quedaste en la historia.