LIMBO

El universo definido por el espacio dentro de la semiesfera formada por un línea horizontal de corte transversal a la altura de los ojos de una persona y el arco que forma la cabeza respecto de la misma, junto al rectángulo que se forma si trazamos una raya vertical sobre su perfil en el punto más elevado, con su altura dada por el radio de la semiesfera, donde la base del mismo es la trayectoria desde esa línea hasta la paralela que dibujan las hojas del libro. Este es el lugar donde lo tangible (nuestra mente) y lo intangible (un relato) conviven en un espacio sin reglas, donde solo el lector puede dictaminar lo que es real de lo que no y lo que está vivo de lo que está muerto. Allí es donde se hacen realidad las historias, cobran vida las palabras y donde se libran las verdaderas batallas literarias.Que comience el viaje hacia el limbo...

miércoles, 17 de diciembre de 2014

MIEDO

Miedo a sentir,
sentir mucho o demasiado poco,
porque la sensibilidad es el zarpazo a las entrañas
que te deja tirado y desvalido
a la merced de algún carroñero
mientras la carencia te transforma en una hoja que transporta el viento
incapaz de determinar su rumbo.
Si no hay percepción, no hay indicio, no hay brújula,
por lo tanto no hay camino.
Sin sentido,
¿En que dirección irían las agujas del reloj?
¿O qué definición tendrían las palabras?
Miedo a ser razonable,
porque entre razonable y boludo,
pareciera que hay un abismo,
pero a falta de fuerza gravitatoria,
solo hace falta un empujón para terminar del lado opuesto.
El raciocinio es un cáliz prohibido
que separa al animal del hombre
pero no a un ser humano, de un hombre animal.
Es común perder ante su invasión,
donde todo se avasalla.
Lo que se racionaliza, no triunfa en combate,
es un voto en democracia
y si se raciona, se comparte, no se conquista,
y por ende no tendrá dueño,
pero sufrirá alguna que otra tiranía de reyes mortales.
Miedo a amar,
porque el que ama queda expuesto
y esa vitrina es de un cristal frágil.
El tiempo pasa, la carne se vuelve vidrio,
las visceras se vitrifican,
y el cuerpo rechina con cada bombeo del corazón.
Es una lucha donde solo triunfa la muerte,
de la quietud de un cuerpo vidriado
o de su explosión en mil pedazos.
Es esta razón la que justifica el éxtasis de la batalla,
y si el miedo es a morir amando,
se debe caer, peleando no en vano.
Miedo al cambio,
porque desde pequeño te enseñan
que la incertidumbre es un perro rabioso
y para no enfermarse,
hay que mantenerlo encerrado.
Nunca notamos que terminamos siendo parte de ese puto espacio negativo,
que determina donde comienza y termina lo que quedó enjaulado.
Cuando uno no puede cambiar, muere,
y es una ley de la naturaleza
porque la tierra sigue su movimiento
y hay que aferrarse con fuerza.
Mientras tanto algunos prefieren mantenerse devotos a Heráclito,
peleándose día a día con la rutina,
sin pausa ni descanso, hasta que estás cansado.
Y cuando no podés hacer otra brazada
necesitas una mano que te cruce al otro lado del río
pero si sacas la mano del agua,
el escorpión te termina picando como al sapo.
A veces todo este miedo,
es el miedo a la vida,
que nunca es tuya,
porque te enseñan que hay un ente que la domina
y cuando es tarde para recuperarla
le pegás un cachetazo pra revivirla
y la vida pasa a ser mujer golpeada que todos miran con lástima.
Esa violencia de género es contra uno mismo,
entonces cuando te miran con esa piedad de mierda,
o con el odio de todas sus almas
agachas la cabeza y te das cuenta que tuviste miedo.
Estabas aterrado de cortar con esas malditas costumbres,
que eran las que en realidad te estaban maltratando.
Ante la atenta mirada de todos, la vida pasa.
Ellos no te pegan, solamente te clavan en la estaca.
Si esperas a morirte ahí, suspiran que eras uno más
si logras escapar, algo habrás hecho mal
y más de uno te querrá volver a colgar.
Lo más importante saber es que
si los dejas que te avancen van a decidir tu destino,
como en una reunión de directorio o de consorcio.
El miedo a vivir es,
en tanto uno le dé entidad,
un fantasma que todos alimentamos como un perro desahuciado
y que cada mañana se para frente a nuestra puerta para comer.